miércoles, 30 de septiembre de 2009

muñequita con olor a frambuesa

agosto-2008
Tenia mas o menos siete u ocho años, cuando la abuela vivía todavía, y era siempre en las vacaciones de verano que yo la visitaba en su casa, allá en el rancho, me pasaba todas las vacaciones con ella, bueno, mas bien con las mascotas de la casa, en el jardín, en la piscina, y la mayor parte del tiempo con lupita, la hija de la señora que limpiaba esa casa tan grande, tan elegante, tan lúgubre de noche, oscura y llena de recuerdos y pesares, pero en el día todo era tan diferente, todo era luz y color, los antiguos marcos de cuadros de viejos señores que nadie conocía brillaban aun con sus carcomidas pinturas doradas cuando inmensos rayos de luz traspasaban habitaciones enteras a través de largos y altos ventanales con cortinas de terciopelo viejo pero aun llenas de vida, las interminables colecciones de porcelana y jarrones vidriados parecían resplandecer con el reflejo del agua tan cristalina del estanque que abarcaba toda la entrada hacia el gran ventanal de la puerta principal de la casa y los diminutos pajarillos que revoloteaban y se bañaban en la fuente que se encontraba a la mitad del estanque, no era una casa muy mexicana, mas bien me resultaba un tanto extraña, de boca de mi madre sabia que la casa de mi abuela se había construido muchos años atrás al estilo de sus padres, en fin, los días en esa casa me los pasaba nadando o jugando con lupita, y por las tardes la abuela me llevaba a la habitación de los instrumentos musicales y me sentaba junto a ella en un grande y viejo banco de maderas torneadas, para darme lecciones de piano, yo aunque no entendía nada, hacia lo mejor que podía, de todas maneras siempre me mandaba a alimentar a los gorrioncillos de la fuente o a leer uno de los muchos libros de la biblioteca antes de que terminara con mis lecciones, y yo muy gustoso aceptaba prácticamente todo lo que ella mandaba, menos una cosa, que aunque si la aceptaba lo hacia de una forma tan desganada, tan desdichada, por que si había alguna cosa que no me gustaba de la casa, era eso, a donde tenia que ir con la abuela cada vez que lo pedía, a su sala personal, no es que fuera un lugar tenebroso, ni oscuro, si no que a la entrada de la habitación había un largo sillón con almohadones de terciopelo guinda que inmediatamente se adueñaba de mi atención, y en el medio del sillón estaba lo único realmente tenebroso de esa casa, y tal vez el único terror de mi infancia, era, debo admitirlo, una figurilla encantadora con un elaborado vestidito de las telas mas elegantes que haya visto, con falda de terciopelo y mangas de color escarlata con unos gigantescos olanes que cubrían por entero sus manos, el corpiño era un extraño trazado de telas en rosa y vino con pequeños encajes blancos y por debajo, un amplio cinturón rojo de seda, con un gran moño que tapaba casi todo el busto, su falda larga y de tela tan pesada parecía estar a punto de desprender sus piernas, por debajo de la falda y los olanes se asomaban dos zapatitos blancos y bastante ridículos para mi gusto, por encima del cuello comenzaba con una barbilla partida en dos, una cara tan pálida como mármol, de los costados de la barbilla subían dos líneas sutilmente ensanchadas que formaban parte de unas mejillas abombadas, y en medio de ellas había manchones color rosa tenue y de tendencia engañadora, como si hubieran sido puestos ahí para desviar todas las maliciosas intenciones de un par de labios que se situaban por encima de su mentón, labios que eran tan anchos y a la vez pequeños, tan brillosos como si hubieran sido humedecidos con la miel de alguna jugosa fruta, de color carmesí y tan provocativos como lo era para mi el agua fresca de la piscina en los calurosos días de verano, por encima de la blanca frente y a los costados caían largos cabellos cafés que se ensortijaban a la altura de los hombros y llegaban mas allá de sus pequeñas manos, y por debajo de sus cejas se encontraban los ojos mas siniestros y amenazadores que haya visto, de color verde, verde profundo como las heladas aguas del mar mas tempestuoso, ojos que parecían seguirme en cada paso que daba por el cuarto, ojos que no pestañeaban, que no descansaban, ojos que parecían combinar a la perfección con la fragancia corriente de olor a frambuesa que la abuela vaciaba en los cabellos de esa criatura extrañamente encantadora y aterradora, fragancia que sentía con las rápidas corrientes de aire que con mi paso producía al correr por los pasillos de las habitaciones, fragancia despedida por la figurilla, y que en cada momento que la olía fuera de la casa de la abuela tenia que constatar con miedo indescriptible si la muñeca se encontraba cerca de mi, vigilándome, y así era cada vez que la abuela me hacia entrar en aquella habitación, y así fue cada visita de verano, hasta que ella, mi abuela, murió. Y después de muchos años de no visitar la vieja casa ya con mucho tiempo de abandono a su muerte, sin lupita, sin ama de llaves, sin pajarillos bañándose en la fuente, pero si con una creciente mas no reciente melancolía, regreso solo a ver como el tiempo se ha portado con mis recuerdos, las memorias de la gente que la habito y la historia de sus cuadros y colecciones de porcelana, y que sentimiento el mío que me ha hecho permanecer inmóvil ante mis propios miedos infantiles, que al entrar por la gran puerta de cristales rotos y encontrar absolutamente todo cubierto por el polvo de décadas, pedazos de invaluables tesoros familiares, y detalles desechos dignos de cualquier basurero, he sentido el olor de la horrenda fragancia que me arrastra por la fuerza hacia aquel cuarto, y que una vez abriendo la puerta con los ojos cerrados, mi temple hecho añicos y mi corazón a punto de parar, la veo, exactamente como la recordaba, sin polvo, entera., en el mismo lugar, con sus labios aun brillosos, y con el mismo hedor a frambuesa de hace años, la veo, y ella también me ve.

martes, 29 de septiembre de 2009

el diablo y yo

febrero-2003
Eran las dos y algunos minutos mas, y yo aun seguía despierto, apoyado sobre aquel podrido cajón, sentado en mi propia decadencia, divagando en mi infortunio, en mi soledad, en el hecho de mis acciones y mis temores conjugados con aquel orgullo que solo los fuertes lidian, en aquella noche de horrores sueltos por las calles y algunos mas encerrados en las casas, aquella noche fria, aquella del hambre, de la sed, aquella noche en que pude probar el mismo sabor de mi espina destemplada, casi congelada, con la piel pegada entre si, que no dejaba espacio ni siquiera para mi alma, aquella noche en que estaba solo, como en muchas otras, bueno, no del todo solo, pues entró como el filo de una espada de hielo por mis oídos, cortándome los nervios, y con esa voz, la voz que podría descorazonar al mas valiente de los hombres, la voz que podría en cada verso dar al mundo cuantas aflicciones inflingidas por el odio no se hayan imaginado nunca, con esa voz me dijo,-¡hazlo!, que esperas, ¡hazlo!, - al momento en que mis ojos desorbitados se encontraban con la poca esperanza y bondad en aquel cuarto, envuelta en un fuego fiero que salía de la propia oscuridad como ráfaga a través de un abismo interminable, -¡tírala!, y destruye pues la fuente de tu infame sufrimiento- era esa voz la que me pedía acabar con la propia existencia que lo mantenía en su cordura caótica la cual complementa la misma luz que con desden trataba de extinguir, no, no era mi conciencia que ya no me daba mas oportunidad y en repetidas ocasiones había tratado de acabar con mi vida, era el, aquel que por si mismo se apartaba del camino, era él, el diablo solitario como un antiguo relato al que ya nadie presta atención, pues aunque él viene a ser quien es, y a hacer lo que por otros debe, yo lo entiendo, por que quien mas le abriría las puertas a un ente solitario y carcomido, por que, él también esta solo, y yo lo acompaño como él a mi, pues yo sin él no seria quien soy, no estaría simplemente como ahora que puedo pensar que por lo menos para él existo, y él no seria nada sin mi, ya que el diablo soy yo, soy el que sufre, el que es mas mortal que inmortal, el que es mas impuro que santo, pues yo soy el mismo diablo, el mismo al que odio y que tan bien comprendo.