A la izquierda nace como tentando los cimientos de la
tierra, solo acariciando la cima de los años de lodo y roca que se juntan
derramando un verde que suspira serenidad, que implorando lluvia, como la
amante se cubre de joyas a la obligación del honor de otro, al subir la mirada,
éste, fuerte como un muro, guía la vista al cielo. Con orgullo recuerda un
tiempo en el que el peligro lo acechaba, cuando aun el pequeño viento que
jugaba lo tiraba en todas direcciones y este delgado y tierno, se acojonaba. -Seguid
con la mirada y encontrareis un plano de vida por encima de vosotros, digno
sois tal vez de pisar el suelo de este mundo, pero no los suelos de los cielos,
ni sus ramas. Solo hemos de llenarnos el ojo de la vida que separa la tierra de
las nubes-. A la derecha erguido con mas brío, oscuro y algo seco, se nota
claramente; no hay envidias que corroa, pues a la corteza no la come mas que el
tiempo, que es regalo a su vez, por que es excelso aquel que ya vivido no se
tumba, ni es tumbado. Y a sus ojos el mas joven, y a los suyos el mas viejo, y
el viento a sus hojas como del otro sus hojas al viento, y de uno sus canas al
sol, como del otro el sol a sus verdes, pues no hay mas querido en este mundo
por el astro rey, ni otro mas noble y con derecho divino que estos dos para ser
el puente entre el reino de los cielos y la vida terrenal, la vida de un
mortal. – Quisiera ser un árbol- le suspiro casi con llanto el rey sabio al
vagabundo.
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