Corriendo sin parar iba jalando bocanadas que ni le
alcanzaban para respirar, lloraba y lloraba conforme avanzaba, y se ahogaba en
dolor, en el vacío de sus pulmones, en su garganta ensanchada, jadeante. Movía
la cabeza en negación mientras apretaba sus cejas, y un pulsar rebotaba en su
cabeza, un distorsionado sonar que hacia eco en sus memorias, le llegaba el
dolor a la raíz del inconsciente. A medida de alejarse del centro de su
universo, rompía barreras dimensionales y daba impulso a su desamor la falsa
esperanza de un corazón románticamente consumado, y la soledad era su motor, y
el temor el combustible. Corriendo se alejaba cuando de pronto sin decidir sus
pasos se acortaron a un andar rocinante, furioso, como el Cristo señalando al
padre, un desaparecido en la niebla, maldiciendo aquello que no se puede
maldecir, por que no es, por que no esta. Vacío, un gran vacío dictaba en su
ser la ausencia de la melodía trágica, mundana, banal del amor roto,
fragmentado en roca, como las olas que por su propio ímpetu se quiebran. A
dientes apretados balbuceaba entre paranoias el sin sentido del apego, y en su
ridiculez reparaba, a la vez que decidiendo sacrificadamente cargar con la
amargura de los mundos, se decía lejos de donde se encontraba, y corriendo se
encontró lejos de donde se hallaba, aquél páramo de éxtasis quedaba atrás con
el deseo, el amor, y como mártir cargaba ahora con el pesar de un valle de
descanso eterno del cuál aquel que no frena jamás rodea sin sentido, esperando
una entrada a la vuelta de su rigurosa carrera, de su apretada diligencia. El
pesar de un valle que se encuentra una vez en la vida, pero no se abre para
nadie más. El martirio de saberlo de una vez, de golpe, sin traducciones, sin
poder compartirlo, el saber solitario y personal de explotar y recomponerse
allá donde nada tiene seriedad, donde el amor es vano, un juego en la tormenta
de las sensaciones, en el huracán de lo que nada conocemos, en aquello que
llamamos vida.
domingo, 22 de noviembre de 2015
jueves, 19 de noviembre de 2015
Wilfred
Wilfred va de la mano con la muerte, avanza entre los
terremotos de sus rodillas, le tiembla el alma y su finiquito humano se frunce
como si éste quisiera impedir el escape de la fe y del espíritu al encuentro
con lo inevitable. Y piensa; - ¿Si al encuentro con la muerte, la fe se
escapara de nosotros por donde cagamos, no sería mas mundano el espíritu?- Es
este un miedo demoníaco el que siente, anunciando las puertas de la perdición
eterna, no… es solo miedo, miedo verdadero. Pero no es tiempo de filosofar, si
no de profundizar con el acero, cortar la carne de los enemigos. ¡Se agacha
esquivando el primer abaniqueo contrario por su izquierda! Se extiende
continuando hacia ese flanco y al mismo tiempo que atraviesa el pecho del
blanco al final de su estocada, rebana con la espada derecha la pierna del
primer ingenuo previamente apartado. Se recompone yendo de frente con su arma
derecha a la guardia del siguiente soldado, para perderse por completo en una
cloaca de cojones arrugados y mentes perdidas, almas caníbales, delicias
infernales que los más sádicos admitirían como éxtasis final de sus cruentas
fantasías. Por otra parte, los mas infelices son sangrados rápidamente
cumpliendo el fragüe de un suelo de cuerpos, que eleva a cada nuevo nivel del
piso, las aureolas negras de los caballeros mas gustosos en batalla.
Wilfred combate feroz, esta decidido a rebanar cada oponente que su vida quiera al menos rozar con sus filos, pero en un instante, titubea… menos de un segundo fue la medida exacta de su destino, una flecha de entre la nada perfora de forma quirúrgica su codo derecho, grita, con su espada izquierda recompone la guardia pero al quedar la otra sin funciones, la cuchilla izquierda de su oponente, que defendía con hacha su guardia contraria, corta con gran profundidad su peto, desgarra la malla y separa su piel finamente con una línea que termina donde comienza su interior.
Wilfred cae de rodillas, su abdomen baña ahora los cuerpos,
la tierra. Su sangre como una lagrima ebria de vino aporta una comunión a su
ser, y recostado ahora en un horizonte de cuerpos tendidos y demonios
enfrentándose, donde apenas tiene que alzar un poco la mirada y soportar la
belleza asfixiante de su ultima vista a ese cielo azul que lo vio nacer, que lo
vio vivir, que lo vio matar y que lo ve morir, se dice: -¡Nunca conocí a ese
rey por el cual ahora entrego mi vida! ¿Por qué? Nada lo valió, pues yo ahora muero y ese de ahí,
vivirá sacrificando mas como yo para preservar su trono. Tanto miedo el que
sentía antes de cada encuentro, tanto miedo era, que solo podía seguir
avanzando, directo a la muerte, como el vértigo a los que temen las alturas, yo
le temo a la batalla, ¡Soy un niño! ¡No quiero morir! Pero ya he decido, desde
la primer estocada he decidido, y ahora es mi deber, ¡Pero! Ahora que claudico
a mis actos, por matar bajo al yugo de un señor que dominaba mi destino y bajo
el mismo yugo de mi condescendencia a la violencia, ¿habría sobrepasado mi
temor para entrar en los campos de este infierno por amor a mi padre? ¿Por amor
a mi casa? ¿Por amor a mí?
lunes, 16 de noviembre de 2015
Temor de dos
Como un petardo en el corazón, cruelmente frunció la
comisura derecha del labio, sus ojos perforaron como fría alabarda y su desdén
era directamente proporcional a mi fracaso. Soy un valiente para muchas cosas,
pero no fui capaz de abrir la boca. Volteó la vista, me olvidó en un segundo,
seguro ella me teme como yo le temo, pero es muy diferente. Yo le temo a la
perfección de su piel, al perfil de su nariz, su olor que exorciza las mañanas
lo percibo desde metros adelante, y agita mi hombría su figura, me vuelve un
cerdo. Y como no titubear si con su andar masturba mis ideas, me gobierna ella,
me gobierna la carne, y vacía mí estomago saber que nunca saciaré mi hambre,
por eso le temo. Por que cuando la veo no hay mas que silencio en mi cerebro,
asusta la ausencia de todo, y todo, que es ella cuando la veo, renuncia a mí con
su rechazo. Vacío vuelvo de timbrar sus puertas, vano existo en el momento en
que no puedo hacer nada, y me convierto en un recipiente de cobardía, cuando mi
talento renuncia y las astucias del cazador son para mí un libro oculto en un
idioma que nunca entendí. Ella por su cuenta, le teme al bardo meloso de mi
lengua, y sin lugar en su cuerpo para mi poesía, mi prosa, mi aliento, no le
queda mas que temer al momento en que decida cantar como loco un poema que
jamás escuchará, solo teme a mi próximo intento.
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