Wilfred va de la mano con la muerte, avanza entre los
terremotos de sus rodillas, le tiembla el alma y su finiquito humano se frunce
como si éste quisiera impedir el escape de la fe y del espíritu al encuentro
con lo inevitable. Y piensa; - ¿Si al encuentro con la muerte, la fe se
escapara de nosotros por donde cagamos, no sería mas mundano el espíritu?- Es
este un miedo demoníaco el que siente, anunciando las puertas de la perdición
eterna, no… es solo miedo, miedo verdadero. Pero no es tiempo de filosofar, si
no de profundizar con el acero, cortar la carne de los enemigos. ¡Se agacha
esquivando el primer abaniqueo contrario por su izquierda! Se extiende
continuando hacia ese flanco y al mismo tiempo que atraviesa el pecho del
blanco al final de su estocada, rebana con la espada derecha la pierna del
primer ingenuo previamente apartado. Se recompone yendo de frente con su arma
derecha a la guardia del siguiente soldado, para perderse por completo en una
cloaca de cojones arrugados y mentes perdidas, almas caníbales, delicias
infernales que los más sádicos admitirían como éxtasis final de sus cruentas
fantasías. Por otra parte, los mas infelices son sangrados rápidamente
cumpliendo el fragüe de un suelo de cuerpos, que eleva a cada nuevo nivel del
piso, las aureolas negras de los caballeros mas gustosos en batalla.
Wilfred combate feroz, esta decidido a rebanar cada oponente que su vida quiera al menos rozar con sus filos, pero en un instante, titubea… menos de un segundo fue la medida exacta de su destino, una flecha de entre la nada perfora de forma quirúrgica su codo derecho, grita, con su espada izquierda recompone la guardia pero al quedar la otra sin funciones, la cuchilla izquierda de su oponente, que defendía con hacha su guardia contraria, corta con gran profundidad su peto, desgarra la malla y separa su piel finamente con una línea que termina donde comienza su interior.
Wilfred cae de rodillas, su abdomen baña ahora los cuerpos,
la tierra. Su sangre como una lagrima ebria de vino aporta una comunión a su
ser, y recostado ahora en un horizonte de cuerpos tendidos y demonios
enfrentándose, donde apenas tiene que alzar un poco la mirada y soportar la
belleza asfixiante de su ultima vista a ese cielo azul que lo vio nacer, que lo
vio vivir, que lo vio matar y que lo ve morir, se dice: -¡Nunca conocí a ese
rey por el cual ahora entrego mi vida! ¿Por qué? Nada lo valió, pues yo ahora muero y ese de ahí,
vivirá sacrificando mas como yo para preservar su trono. Tanto miedo el que
sentía antes de cada encuentro, tanto miedo era, que solo podía seguir
avanzando, directo a la muerte, como el vértigo a los que temen las alturas, yo
le temo a la batalla, ¡Soy un niño! ¡No quiero morir! Pero ya he decido, desde
la primer estocada he decidido, y ahora es mi deber, ¡Pero! Ahora que claudico
a mis actos, por matar bajo al yugo de un señor que dominaba mi destino y bajo
el mismo yugo de mi condescendencia a la violencia, ¿habría sobrepasado mi
temor para entrar en los campos de este infierno por amor a mi padre? ¿Por amor
a mi casa? ¿Por amor a mí?
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