viernes, 18 de diciembre de 2015

El Hijo Rebelde

Voy a tatuarme las Pléyades en el pecho, a todo lo ancho y largo, para que mi alma siempre quiera partir, quemaré con cigarrillos mis corvas y pelaré mis labios para comer la sal de todos los mares. Por que voy a morir, mis chicas van a morir y aquel que me devolvía el cambio con asco por cada trago en esa inmunda barra también morirá, gastaré las suelas de mis botas raspando la piedra y dormiré a la intemperie por el resto de mis días. Con una mueca juzgaré a todos los hombres por igual, y cuando te vea a los ojos solo diré lo mucho que te quiero coger. Me iré danzando de mesa en mesa por este banquete de caníbales, y de ser posible voy a beber todo el vino y a mear en todas las copas, dormiré parado con las manos atadas a una cadena por encima de mi cabeza, mientras dos vagos golpearan mis costillas, ayunaré por siempre y aullaré mientras todos cantan y me desnudaré cuando todos vayan a misa. Llenaré mi cuerpo de drogas, sarcasmos, ironías y desventuras y cagaré en cada espacio de tierra otro yo, maldito y cruento por la vida, y vivirá llorando y riendo a la vez, y no se preguntará nada jamás, y ese otro yo en cada centímetro de este planeta alzará la vista, y cada vez que inhale lo sabrá todo y todo lo habrá vivido, y morirá cuando no sepa distinguir si a pesar de todo prefiere la felicidad a la tragedia, la arena a la hierba, vaginas o libros, canciones o refranes de hastío. Voy a vivir atroz para perderme mas que nadie, mas que nunca, y cuando me plazca de existencia sabré que tengo mi lugar en la gran mesa del vacío, bien ganado, y esperar en la antesala de la nada será un juego, será como chingarse un cigarrillo. 

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