martes, 22 de diciembre de 2015

Primo Homine

Despertó envuelto en una prisión de carne, con esfuerzos levantaba dos cortinas de piel para poder ver y no basto solo con pensarlo para poder moverse, arrastraba ahora un montón de partes que mantenía en un dudoso equilibrio, y sintió la roca fría bajo su andar y no entendía lo que era el desplazarse sin poder tan solo aparecer en un lugar o en otro con solo quererlo. Y el viento lo toco, y lo que le venía a la mente en su mente descansaba, y su hambre por tragar el aire lo enmudecía y a cada trago se llenaba de vida. Entre mas lejos andaba notaba que algo se secaba en su interior y un gran hueco expandía en él un mareo que debilitaba su andar, y se pregunto, y al preguntarse supo que tan poco era en sí y que mucho mas necesitaba para ser, y lo que supo lo olvido, se convirtió en un rito con cada sol tomar el agua entre sus manos y verterla en aquella caverna temblorosa, aquella ciudad amurallada que lo mantenía lejos de todo y a la vez en todo como una perla atrapada sobre el fondo del mar, como un huracán entre cuatro paredes. Y con dos ventanas supo observar, con dos piernas aprendió a no estar donde no quería y a correr detrás de lo que mas gustaba, con dos manos a tomar lo que sus adentros llamaban, y con un eco aprendió a gruñir, a gritarle a la oscuridad para que se fuera, pero esta nunca se marchaba, aprendió que el dolor tenía sonido y sonaba como la lluvia, el temor cimbraba en su fondo como un trueno, y noto que todo, absolutamente todo lo podía escuchar si se esforzaba lo suficiente en mantenerse mas callado, y al estar callado por mucho tiempo aprendió que el trueno zumbaba en su pecho y que lo hacía vivir, que la lluvia tenía un orden y apreció entonces su caricia, aprendió a racionar el aire, a cerrar los ojos, y cuando al fin no tuvo necesidad de mantener la vista en todo, entendió que no habitaba una prisión, y que para ver no había necesidad de abrir los ojos. 

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