En un claro, vadeado, perdido, cayo un halcón que
sobrevolaba con el ala partida, como una espiral se precipito y en el medio del
rondo agonizantes sus ojos clavaron el celo en la ninfa, codorniz que brincando
perdía su condena a medida que vaciaba la mira del cazador entre el bosque.
Parpadeó una vez, su mirada bajó al ras de la hierba, morada en tierra que su
timidez con la noche matrimoniaba un poema de muerte, resignado, llorando al
azul grisáceo del cielo, se predecía en su vista el ínfimo desconsuelo del
nihilista, se pudo decir de aquel rapaz que su alma reconocía la melancolía
como el amante extraña los viejos días, se pudo decir que incluso sentía. Sin
embargo no hubo mayor escriba que la noche y el arrullo de hojas, gruñidos
arbóreos y el silbido del viento, eco del tiempo. Todo decía; descansa
halconcillo, pero poco le importa el descanso a la suerte, poco le importa lo
justo y el débil, herido, o el fuerte, importante.
Vapor caliente, hediondo, virtuoso emisario de la desgracia
cruda de ser devorado, golpeó la punta del pico, volteó sus nervios a la
muralla de bosque, pobre halconcillo, se congelo… reptando se balanceo hacia el
claro con los pelos de punta, su brillo infernal lo reveló tan solo como el
fin, sin que importara el mote que este demonio portara, su único estandarte se
llamaba agonía, incluso en la muerte el sufrimiento absurdo de la vida salvaje
precede la nulidad de su esencia, pudo pensar en aquel momento el pobre
halconcillo -¡Qué inútil aprender a volar con ala rota y brújula perdida! De no
haber impulsado mi ser por la primaria necesidad de ingesta, de haber muerto
quieto, reposando la existencia sobre el cascarón que fracturo el noúmeno,
cuajo de mi esencia con el todo, impresionado por la tela de la vida- ¿Pudo
pensar? inalcanzable que una lengua no existente diera forma a la forma de su
mente, donde tal vez no había tal, pues nada definía sus limites, nada le
corregía la vida de la muerte. Y en un claro el halconcillo comulgo la fuente
de todo lo que es, sin serlo, sin pensarlo, con la noche, aquel bosque y la
bestia de testigos, pudo percibir la extrema sensación del finiquito de la vida,
y su pavoroso sentimiento en la madre naturaleza quedó plasmado, pudo alguien
habiendo conocido su pesar, experimentar la maldición de saber si en
pensamiento el halconcillo agonizaba, pudo alguien en un claro a la media noche
encontrar tal mesías, tal juerguista de sus vivencias que por el lamento alzaba
su sinsentido para honrar en magno cuadro su condena, pudo testificar alguien el
sentido de la vida.
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