domingo, 10 de enero de 2016

Halconcillo con el ala herida

En un claro, vadeado, perdido, cayo un halcón que sobrevolaba con el ala partida, como una espiral se precipito y en el medio del rondo agonizantes sus ojos clavaron el celo en la ninfa, codorniz que brincando perdía su condena a medida que vaciaba la mira del cazador entre el bosque. Parpadeó una vez, su mirada bajó al ras de la hierba, morada en tierra que su timidez con la noche matrimoniaba un poema de muerte, resignado, llorando al azul grisáceo del cielo, se predecía en su vista el ínfimo desconsuelo del nihilista, se pudo decir de aquel rapaz que su alma reconocía la melancolía como el amante extraña los viejos días, se pudo decir que incluso sentía. Sin embargo no hubo mayor escriba que la noche y el arrullo de hojas, gruñidos arbóreos y el silbido del viento, eco del tiempo. Todo decía; descansa halconcillo, pero poco le importa el descanso a la suerte, poco le importa lo justo y el débil, herido, o el fuerte, importante.

Vapor caliente, hediondo, virtuoso emisario de la desgracia cruda de ser devorado, golpeó la punta del pico, volteó sus nervios a la muralla de bosque, pobre halconcillo, se congelo… reptando se balanceo hacia el claro con los pelos de punta, su brillo infernal lo reveló tan solo como el fin, sin que importara el mote que este demonio portara, su único estandarte se llamaba agonía, incluso en la muerte el sufrimiento absurdo de la vida salvaje precede la nulidad de su esencia, pudo pensar en aquel momento el pobre halconcillo -¡Qué inútil aprender a volar con ala rota y brújula perdida! De no haber impulsado mi ser por la primaria necesidad de ingesta, de haber muerto quieto, reposando la existencia sobre el cascarón que fracturo el noúmeno, cuajo de mi esencia con el todo, impresionado por la tela de la vida- ¿Pudo pensar? inalcanzable que una lengua no existente diera forma a la forma de su mente, donde tal vez no había tal, pues nada definía sus limites, nada le corregía la vida de la muerte. Y en un claro el halconcillo comulgo la fuente de todo lo que es, sin serlo, sin pensarlo, con la noche, aquel bosque y la bestia de testigos, pudo percibir la extrema sensación del finiquito de la vida, y su pavoroso sentimiento en la madre naturaleza quedó plasmado, pudo alguien habiendo conocido su pesar, experimentar la maldición de saber si en pensamiento el halconcillo agonizaba, pudo alguien en un claro a la media noche encontrar tal mesías, tal juerguista de sus vivencias que por el lamento alzaba su sinsentido para honrar en magno cuadro su condena, pudo testificar alguien el sentido de la vida. 

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