Cariño, cada que te veo me desvanezco, quema en mis paredes
la luz ámbar de las cinco de la tarde de un día de verano, sensual como el humo
de un cigarrillo temperando mis cloacas después de un frío trago de cerveza
oscura, te encuentro y todo alrededor viaja cuarenta años atrás, se vuelve a
sepia el verde y el dorado soplido de los años se instalan en un andar patán,
la tarde es tuya, la vida es tuya, soy
un mosquito petrificado en los tiempos de tu pestañeo, la baba de la cerveza un
poco tibia y olvidada, la saliva del estilizado aforismo que pretende no
descomponerse por ti cada vez que amanece por donde caminas, y mi pelvis se
agita, siento un casi orgasmo al creerte abotagada en mi cama de tanto placer,
y es que hasta las sabanas me he buscado para que formen parte de un bello
cuadro cobrizo donde tu sudor aporte la textura, debería acercarme sutilmente y
explotar en tus labios, deberías llevar un abrigo de mi piel hasta la ducha, deberías
caminar sobre un camino hecho de mis espaldas y sentarte en mi jardín, ahí en la
mata más alta tendrás siempre un fruto que probar, que secar, cada que te veo
no puedo esperar casi a que el verano llegué y con él vengas, cegándome cariño,
con tu desnudez.
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