Cariño, cada que te veo me desvanezco, quema en mis paredes
la luz ámbar de las cinco de la tarde de un día de verano, sensual como el humo
de un cigarrillo temperando mis cloacas después de un frío trago de cerveza
oscura, te encuentro y todo alrededor viaja cuarenta años atrás, se vuelve a
sepia el verde y el dorado soplido de los años se instalan en un andar patán,
la tarde es tuya, la vida es tuya, soy
un mosquito petrificado en los tiempos de tu pestañeo, la baba de la cerveza un
poco tibia y olvidada, la saliva del estilizado aforismo que pretende no
descomponerse por ti cada vez que amanece por donde caminas, y mi pelvis se
agita, siento un casi orgasmo al creerte abotagada en mi cama de tanto placer,
y es que hasta las sabanas me he buscado para que formen parte de un bello
cuadro cobrizo donde tu sudor aporte la textura, debería acercarme sutilmente y
explotar en tus labios, deberías llevar un abrigo de mi piel hasta la ducha, deberías
caminar sobre un camino hecho de mis espaldas y sentarte en mi jardín, ahí en la
mata más alta tendrás siempre un fruto que probar, que secar, cada que te veo
no puedo esperar casi a que el verano llegué y con él vengas, cegándome cariño,
con tu desnudez.
jueves, 28 de enero de 2016
lunes, 25 de enero de 2016
Confesión Segunda
Soy el sonido del tiempo dividido en segundos sonando fuerte
en tu cabeza, la promesa del dolor largo y agudo que anuncia las noches de
vigilia, la noches en pena, las que traen a tu corazón los mas infames
presentimientos. Soy el hastío de la tarde de invierno fría y arrebatada por
dar terminada la luz, adormecer en el velo de la suerte invernal la soledad
interna que te lleva de vuelta al vientre, lago tibio de asépticos turbios que
galopan en olas al vaivén de la sangre, que te invita a la vasta humanidad de
no haber nacido nunca. Soy el calor en el centro de todas las cosas, y con una
gota de tu silencio sobre los mares de lo que es incontable, vasto para poner
en movimiento una eterna sinfonía de acecho, inercia que me ha atrapado en tu
órbita. Y me precipito hacía ti, sin saber si en tus marcos naturales como luna
fungiré mis guardias alrededor de un planeta de carne, si seré tan solo un
cometa, o la causa de alguna veloz extinción en la subcutánea Pangea de tu ser,
colonizador colérico estéril o un pacifista profanador. Soy el constante en
todo cuanto sucede cerca de ti, aquel que por que te busca existes.
domingo, 10 de enero de 2016
Halconcillo con el ala herida
En un claro, vadeado, perdido, cayo un halcón que
sobrevolaba con el ala partida, como una espiral se precipito y en el medio del
rondo agonizantes sus ojos clavaron el celo en la ninfa, codorniz que brincando
perdía su condena a medida que vaciaba la mira del cazador entre el bosque.
Parpadeó una vez, su mirada bajó al ras de la hierba, morada en tierra que su
timidez con la noche matrimoniaba un poema de muerte, resignado, llorando al
azul grisáceo del cielo, se predecía en su vista el ínfimo desconsuelo del
nihilista, se pudo decir de aquel rapaz que su alma reconocía la melancolía
como el amante extraña los viejos días, se pudo decir que incluso sentía. Sin
embargo no hubo mayor escriba que la noche y el arrullo de hojas, gruñidos
arbóreos y el silbido del viento, eco del tiempo. Todo decía; descansa
halconcillo, pero poco le importa el descanso a la suerte, poco le importa lo
justo y el débil, herido, o el fuerte, importante.
Vapor caliente, hediondo, virtuoso emisario de la desgracia
cruda de ser devorado, golpeó la punta del pico, volteó sus nervios a la
muralla de bosque, pobre halconcillo, se congelo… reptando se balanceo hacia el
claro con los pelos de punta, su brillo infernal lo reveló tan solo como el
fin, sin que importara el mote que este demonio portara, su único estandarte se
llamaba agonía, incluso en la muerte el sufrimiento absurdo de la vida salvaje
precede la nulidad de su esencia, pudo pensar en aquel momento el pobre
halconcillo -¡Qué inútil aprender a volar con ala rota y brújula perdida! De no
haber impulsado mi ser por la primaria necesidad de ingesta, de haber muerto
quieto, reposando la existencia sobre el cascarón que fracturo el noúmeno,
cuajo de mi esencia con el todo, impresionado por la tela de la vida- ¿Pudo
pensar? inalcanzable que una lengua no existente diera forma a la forma de su
mente, donde tal vez no había tal, pues nada definía sus limites, nada le
corregía la vida de la muerte. Y en un claro el halconcillo comulgo la fuente
de todo lo que es, sin serlo, sin pensarlo, con la noche, aquel bosque y la
bestia de testigos, pudo percibir la extrema sensación del finiquito de la vida,
y su pavoroso sentimiento en la madre naturaleza quedó plasmado, pudo alguien
habiendo conocido su pesar, experimentar la maldición de saber si en
pensamiento el halconcillo agonizaba, pudo alguien en un claro a la media noche
encontrar tal mesías, tal juerguista de sus vivencias que por el lamento alzaba
su sinsentido para honrar en magno cuadro su condena, pudo testificar alguien el
sentido de la vida.
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