Cuando la espesa niebla se fusiona con el eco de mis bóvedas
interiores. Cuando retiembla el fulgor de gritos súbitos cual llamaradas de
dolor que destellan recuerdos inexistentes en la base de mi composición, que
adopta el subconsciente y ahí irán encontrándose lugar. Cuando se mueven los
cimientos de una catedral colapsando sobre lodo debajo de su propia inmensidad.
Cuando se pierde el centro de las cosas y se abre como la onda de agua en un
lago eterno, como radar buscando un limite que dé golpe al andar y reitere la
dirección, es imposible precisamente, recuperar el camino, pues como en una
fusión nuclear, no hay marcha atrás que nos devuelva al inicio rustico desde
nuestra pregunta inicial, volviéndose una sensación etérea de dilatación
extrema que abandona su caudal para cubrir totalidad en toda dirección.
Iniciando un viaje que le de vuelta a la eternidad, rompiendo toda elasticidad
del ser, para converger en un punto remoto. Es entonces que una vez salidos,
los interiores se me embarran con el todo. Como si al verter leche en un embudo
hecho de panal, ésta lo recorriera por el lado externo de sus caras, para
agriarse y descomponerse, tomando los sedimentos a su paso y converger entre la
perdición y purificación en un intimo punto de miel virgen al final de la
boquilla, gota misma que caerá para convertirse en algo mas, sin marcha atrás.
Y todo por que un día de neblina, mi aliento salio a encontrar un horizonte
nublado, y perturbado tuve que confesarme; -muero por encontrarme mas allá-.
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