sábado, 28 de marzo de 2015

Confesión primera

Cuando la espesa niebla se fusiona con el eco de mis bóvedas interiores. Cuando retiembla el fulgor de gritos súbitos cual llamaradas de dolor que destellan recuerdos inexistentes en la base de mi composición, que adopta el subconsciente y ahí irán encontrándose lugar. Cuando se mueven los cimientos de una catedral colapsando sobre lodo debajo de su propia inmensidad. Cuando se pierde el centro de las cosas y se abre como la onda de agua en un lago eterno, como radar buscando un limite que dé golpe al andar y reitere la dirección, es imposible precisamente, recuperar el camino, pues como en una fusión nuclear, no hay marcha atrás que nos devuelva al inicio rustico desde nuestra pregunta inicial, volviéndose una sensación etérea de dilatación extrema que abandona su caudal para cubrir totalidad en toda dirección. Iniciando un viaje que le de vuelta a la eternidad, rompiendo toda elasticidad del ser, para converger en un punto remoto. Es entonces que una vez salidos, los interiores se me embarran con el todo. Como si al verter leche en un embudo hecho de panal, ésta lo recorriera por el lado externo de sus caras, para agriarse y descomponerse, tomando los sedimentos a su paso y converger entre la perdición y purificación en un intimo punto de miel virgen al final de la boquilla, gota misma que caerá para convertirse en algo mas, sin marcha atrás. Y todo por que un día de neblina, mi aliento salio a encontrar un horizonte nublado, y perturbado tuve que confesarme; -muero por encontrarme mas allá-.  

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